viernes, 15 de noviembre de 2013

Fe, razón y relativismo


Esta frase de San Agustín fue recogida por Juan Pablo II en su reveladora encíclica “Fides et ratio”, que ha sido, en buena medida, parte fundamental del extraordinario discurso pronunciado ayer en el Parlamento británico por Benedicto XVI, en el que se preguntó cual era el fundamento de las deliberaciones políticas. 

Las reflexiones del Papa a este propósito recogen buena parte de los errores que hoy se cometen en la vida política de numerosos países –diríamos que de manera especial, en España- como resultado de una acción política basada en la gran falsedad de nuestro tiempo: pensar que toda la razón política, toda la verdad, reposa en el consenso de las mayorías. Y recordaba el Papa que de acuerdo con la tradición católica, la religión ofrece un papel “corrector” de la razón para ayudarla a descubrir principios morales objetivos y un claro ejemplo de lo que supuso el abuso de la razón lo tenemos en la trata de esclavos y en las esclavitudes impuestas por las ideologías totalitarias el pasado siglo, en las que estuvo ausente toda consideración sobre el sentido de la vida... ausencia de la que también hace gala hoy en día el relativismo. De ahí que el Papa destacara ayer ante los representantes de la vida política británica, la necesidad de mantener un diálogo profundo entre fe y razón por el bien de la civilización. En otras palabras, subrayaba Benedicto XVI, “la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional”. 


Cabe preguntarse por qué los legisladores de las democracias más avanzadas rechazan este diálogo y tratan de silenciar o relegar la religión a la esfera privada, tal y como ocurre en nuestro país. El Papa no quiso dar una respuesta concreta, porque ya está implícita en la propia practica del relativismo, pero si invitó a los políticos –resulta conmovedora la humildad de quien, sin dudarlo mucho, es el más alto intelectual de nuestro tiempo- a buscar medios de promoción y fomento del diálogo entre fe y razón en todos los ámbitos de la vida nacional. 

A este propósito viene como anillo al dedo la cita de San Agustín que recogía Juan Pablo II en su encíclica, que tanto debiera releerse, sobre Fe y razón: la fe que no se piensa es una fe nula... Esto debiera significar algo muy concreto en la vida pública: que la aportación de los hombres de fe, es decir de personas que piensan, puede ser y es vital para la recta acción política. La razón es bien sencilla y fácilmente comprensible por quienes no son creyentes: el hombre de fe cree en la vida eterna y, en consecuencia, cree que la vida presente tiene un sentido y que toda acción política debe estar fundamentada, por lo tanto, en principios morales. 

El relativismo rechaza, de entrada, la esperanza cristiana –la vida eterna- pero, al menos, debiera tener en cuenta muy en serio, que esta creencia aporta a la vida política unos principios que destierran de su acción todo tipo de corrupciones, en la medida que busca el bien común por encima de cualquier interés partidista. Aquí reside la negativa del relativismo a mantener el menor diálogo con la fe razonada, la fe pensada, la fe vivida. Y se entiende que ese relativismo trate de ignorar no solo la razón sino el sentido mismo de la vida y, por ende, la verdad del hombre que, como afirmaba Jean Guitton, es un ser en espera... porque es un ser que busca la verdad. Podría decirse, por tanto, que el gran drama de nuestro tiempo, del que parten todas las crisis económicas, políticas y sociales, consiste en negar la verdad del hombre como criatura de Dios al que le espera una vida eterna. 



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