miércoles, 28 de septiembre de 2016

Para conocer los primeros Padres de la Iglesia

Este sencillo libro que reseñamos no tiene la pretensión, según su autor, de ser un manual básico o enciclopédico, de los que ya existen muchos. Pero sí pretende familiarizar al lector con las personalidades singulares y la vibrante pasión de quienes son nuestros antepasados comunes, y compartir unas cuantas joyas del tesoro de su valiosa enseñanza, que es patrimonio de todos nosotros.
En esta obra el autor comienza presentándonos quienes son, como se les ha denominado, cual es su importancia en el camino eclesial. Pero lo más importante como nos señala es que cada uno de ellos aporta a la tradición de un modo creativo, es decir, ofreciendo vida y por tanto dando claridad la verdad apostólica de la que ellos son transmisores. Tras esta breve introducción, pasa el autor directamente a presentarnos a los Padres, en primer lugar a Clemente que tras la persecución de Nerón sufre la Iglesia un momento de rebeldía contra la jerarquía. Y será precisamente la Carta de Clemente la que mostrará a Clemente como el sucesor de Pedro, señalando que lo más importante es que la Iglesia no son comunidades individuales sino que todas deben estar interrelacionadas y una única cabeza sucesora de los apóstoles que tiene jeraarquía sobre ella.


En segundo lugar nos habla de la Didache: es uno de los escritos más venerables que nos ha legado la antigüedad cristiana. Baste decir que su composición se data en torno al año 70; casi contemporáneamente, por tanto, a algunos libros del Nuevo Testamento. Aletea en su contenido la vida de la primitiva cristiandad. A través de formulaciones claras, asequibles tanto a mentes cultas como a inteligencias menos ilustradas, se enumeran normas morales, litúrgicas y disciplinares que han de guiar la conducta, la oración, la vida de los cristianos. Se trata de un documento catequético, breve, destinado probablemente a dar la primera instrucción a los neófitos o a los catecúmenos.
El siguiente Padre es Ignacio, uno de los Padres Apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles. Es autor de siete cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma para ser ejecutado.
Tras Ignacio habla de Policarpo, quien fue obispo de la ciudad de Esmirna, siendo presuntamente consagrado por San Juan. Existen pocos datos acerca de su vida, aunque se sabe por una relación posterior, acerca de su muerte en la hoguera que es considerada ejemplo evangelizador de los primeros cristianos. Fue quemado en el año 155 de la era cristiana, durante el gobierno del emperador Antonino Pío.
Fue cercano y mantuvo contactos con otros padres apostólicos como Ireneo de Lyon (quien fue su discípulo) e Ignacio de Antioquía, que le solicitó camino a su muerte que escribiera a su comunidad en Asia Menor. El texto que escribió a la comunidad filipense tiene más bien poca densidad teológica en comparación con las cartas de Clemente e Ignacio.
El autor va desgranando autores y momentos importantes de la Iglesia como Justino y el diálogo de la fe con la filosofía, Clemente, Orígenes, Cipriano y su implicación en la unidad de la Iglesia.

Tras el Concilio de Nicea primer Concilio Ecuménico el autor nos habla de Ambrosio de Milán gran luchador contra la herejía arriana. A la cual venció no sólo con su docta ciencia sino sobre todo con el ejemplo de entrega como Pastor hacia su pueblo, estando siempre a su disposición. Cabe destacar como herencia de Ambrosio sus escritos en la noción de la Iglesia y del Estado y la relación entre ambas instituciones. Como no podía ser de otra manera nos habla de Agustín, al cual el autor llama el hijo de Ambrosio que fue movido a la conversión gracias a escuchar al Obispo de Milán en sus predicaciones y se trata de uno de los Padres más citados y estudiados en la historia.


Continua el autor con San Juan Crisóstomo, Jerónimo, León y concluye con Gregorio Magno, en la época final de la decadencia del imperio que sin embargo se encuentra con el esplendor de los pensadores en el mundo eclesial. Concluye el autor en el último capítulo recordando que el periodo de tiempo que ha abarcado es de quinientos años, con personas que pertenecían a todas las regiones del mundo civilizado y de todos los estratos de la Iglesia, laicos, clérigos, monjes. Con mayor o menor formación.





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