martes, 14 de enero de 2014

Publicada la tesis doctoral de Ratzinger

La  actividad científica de Benedicto XVI comenzó muy joven, cuando era seminarista en Frisinga, el año anterior a su ordenación sacerdotal. En julio de 1950, al terminar el semestre de verano, J. Ratzinger fue invitado por la Facultad de teología de München, y muy especialmente por su profesor Söhngen, a presentarse a un concurso teológico consistente en redactar un trabajo de investigación sobre “Pueblo y casa de Dios en la enseñanza sobre la Iglesia de S. Agustín”. Si su disertación teológica alcanzaba la aprobación de la Universidad, como así fue, tendría abiertas las puertas del doctorado, pues el trabajo se podía computar como una memoria de investigación para la obtención de ese grado, que debería completarse con unos exámenes orales y escritos y la defensa pública de unas cuestiones teológicas tomadas de los estudios institucionales. La tesis fue terminada poco antes de su ordenación, en 1951, y publicada en 1954.
Esta monografía, publicada ahora por Ediciones Encuentro, sigue sorprendiendo hoy si se tiene en cuenta que fue redactada por un joven de 24 años, sobre todo al comprobar la amplia bibliografía.
Ratzinger justifica en la introducción el método teológico afirmando que la investigación histórica y la especulación teológica deben darse de la mano para avanzar armónicamente en el progreso de la comprensión de la fe cristiana.


Adentrándonos ya de lleno en el contenido de la tesis  hemos de decir que el joven Ratzinger, en contraste con la eclesiología de Belarmino, siguiendo a San Agustín, afirma que ni la Iglesia ni el sacerdocio ejercen, en el sentido estricto, un poder (potestas) sino un mero servicio (ministerio). Contra los donatistas, Agustín afirmaba que el sujeto de la acción sacramental no era ni la Iglesia, ni el sacerdocio, sino Cristo. Esta acción sacramental de la Iglesia se funda, según San Agustín, en que la Iglesia visible e histórica es la mera participación en la comunidad celestial de los santos, es decir, la participación en los que ya viven en Cristo (en íntima e irreversible comunión con él) en una realidad supra temporal. Es solamente a través de la comunión espiritual en los sacramentos visibles e históricos de la Iglesia que los miembros de la Iglesia en esta vida participamos de la realidad profunda o corazón de la Iglesia, a saber, la comunidad celestial de los santos en Dios. La Iglesia visible sacramental sólo significa algo que está más allá de su realidad histórica, y que es la realidad eclesial y definitiva, la realidad espiritual de la gracia o de la vida del Espíritu de Dios en Jesucristo. De ahí que la Iglesia es ante todo participación de los dones o carismas de la Iglesia celestial y escatológica. En los términos del gran teólogo Hans Urs von Balthasar, que también ha influenciado a Ratzinger profundamente, no se puede confundir la comunión con la comunidad, aunque estas dos sean inseparables. La comunidad más profunda de la Iglesia es la espiritual y celestial. Nosotros en esta vida tenemos acceso a participar en esta comunidad de los santos sólo por nuestra comunión espiritual en los sacramentos visibles de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía. Así pues, ni clericalismo ni laicismo eclesiales son teológicamente adecuados, pues toda acción eclesial y sacerdotal en la historia de la Iglesia es un mero servicio (ministerio) a la gracia de Jesucristo que se hace históricamente accesible precisamente en la medida que de alguna manera se de la comunión espiritual en la vida sacramental e histórica de la Iglesia. Por eso, Ratzinger afirma que todas las acciones sacramentales de la Iglesia están orientadas inclusiva y universalmente a la salvación de todos los seres humanos. Como nos recuerda la teología del Concilio Vaticano II, influenciada por la teología inclusivista y universalista de San Agustín en su obra La Ciudad de Dios, la Iglesia es el Sacramento de Salvación de todos los seres humanos.

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