
La actividad científica de Benedicto XVI comenzó
muy joven, cuando era seminarista en Frisinga, el año anterior a su ordenación
sacerdotal. En julio de 1950, al terminar el semestre de verano, J. Ratzinger fue
invitado por la Facultad de teología de München, y muy especialmente por su
profesor Söhngen, a presentarse a un concurso teológico consistente en redactar
un trabajo de investigación sobre “
Pueblo y casa de Dios en la enseñanza sobre
la Iglesia de S. Agustín”. Si su disertación teológica alcanzaba la aprobación
de la Universidad, como así fue, tendría abiertas las puertas del doctorado,
pues el trabajo se podía computar como una memoria de investigación para la
obtención de ese grado, que debería completarse con unos exámenes orales y
escritos y la defensa pública de unas cuestiones teológicas tomadas de los
estudios institucionales. La tesis fue terminada poco antes de su ordenación,
en 1951, y publicada en 1954.
Esta monografía, publicada ahora
por
Ediciones Encuentro, sigue sorprendiendo hoy si se tiene en cuenta que fue
redactada por un joven de 24 años, sobre todo al comprobar la amplia
bibliografía.
Ratzinger justifica en la introducción
el método teológico afirmando que la investigación histórica y la especulación teológica
deben darse de la mano para avanzar armónicamente en el progreso de la
comprensión de la fe cristiana.

Adentrándonos ya de lleno en el
contenido de la tesis hemos de decir que
el joven Ratzinger, en contraste con la eclesiología de Belarmino, siguiendo a
San Agustín, afirma que ni la Iglesia ni el sacerdocio ejercen, en el
sentido estricto, un poder (potestas) sino un mero servicio (ministerio). Contra
los donatistas, Agustín afirmaba que el sujeto de la acción sacramental no era
ni la Iglesia, ni el sacerdocio, sino Cristo. Esta acción sacramental de la
Iglesia se funda, según San Agustín, en que la Iglesia visible e histórica es
la mera participación en la comunidad celestial de los santos, es decir, la
participación en los que ya viven en Cristo (en íntima e irreversible comunión
con él) en una realidad supra temporal. Es solamente a través de la comunión
espiritual en los sacramentos visibles e históricos de la Iglesia que los
miembros de la Iglesia en esta vida participamos de la realidad profunda o
corazón de la Iglesia, a saber, la comunidad celestial de los santos en Dios.
La Iglesia visible sacramental sólo significa algo que está más allá de su
realidad histórica, y que es la realidad eclesial y definitiva, la realidad
espiritual de la gracia o de la vida del Espíritu de Dios en Jesucristo. De ahí
que la Iglesia es ante todo participación de los dones o carismas de la
Iglesia celestial y escatológica. En los términos del gran teólogo Hans Urs von
Balthasar, que también ha influenciado a Ratzinger profundamente, no se puede confundir
la comunión con la comunidad, aunque estas dos sean inseparables. La comunidad más
profunda de la Iglesia es la espiritual y celestial. Nosotros en esta vida
tenemos acceso a participar en esta comunidad de los santos sólo por nuestra
comunión espiritual en los sacramentos visibles de la Iglesia, especialmente en
la Eucaristía. Así pues, ni clericalismo ni laicismo eclesiales son teológicamente
adecuados, pues toda acción eclesial y sacerdotal en la historia de la Iglesia
es un mero servicio (ministerio) a la gracia de Jesucristo que se hace
históricamente accesible precisamente en la medida que de alguna manera se de
la comunión espiritual en la vida sacramental e histórica de la Iglesia. Por
eso, Ratzinger afirma que todas las acciones sacramentales de la Iglesia están
orientadas inclusiva y universalmente a la salvación de todos los seres
humanos. Como nos recuerda la teología del Concilio Vaticano II, influenciada
por la teología inclusivista y universalista de San Agustín en su obra La
Ciudad de Dios, la Iglesia es el Sacramento de Salvación de todos los
seres humanos.
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